viernes, 4 de mayo de 2018

Sexualidad - Emiliano Jiménez


Emiliano Jiménez Hernández - Bioética

1. LA VIDA DON DE DIOS

3. SEXUALIDAD



El hombre, espíritu encarnado en el mundo, existe creadoramente en la historia en diálogo con los otros. Su vivir es convivir. La dimensión interpersonal es constitutiva de la persona humana. Su vida acontece en forma de convivencia. El yo y el tú en soledad son modos de existencia inauténtica.

            El yo, que camina hacia el tú, y el tú, que sale al encuentro del yo, se hallan y abrazan en el amor. Como dirá P. Laín Entralgo, la comunicación personal es posible para el hombre gracias al amor. Sólo cuando dos personas se aman efusivamente entre sí se da entre ambos verdadera y real comunicación. Amando, yo me hago conocer por el otro; amándome él de manera semejante, se hace conocer por mí. Y todo ello sin confusión de nuestros respectivos seres personales. Sin convertirse en formal identificación, nuestra comunicación llega a ser verdadera comunión.[1]

            Este ser con los demás y para los demás pertenece al núcleo mismo de la existencia humana. La existencia humana está siempre orientada hacia los demás. Esta estructura interpersonal se vive en la vivencia del amor en su doble dirección: amor de los demás y amor a los demás. El hombre es un ser cuya indigencia le mueve a salir de sí, pues experimenta en lo más hondo de sí que "no es bueno que el hombre esté solo". Pero, al mismo tiempo, el hombre es un ser abierto, cuya plenitud de vida le impulsa a abrirse y donarse a los demás. La sexualidad es la gran fuerza que empuja al hombre a abrirse y a salir de sí mismo, con su necesidad del otro y con su capacidad de donación al otro. La sexualidad se hace, pues, signo y fruto de la indigencia y de la riqueza de la persona, llamada indivisiblemente a amar y a ser amada, a darse y a recibir, conocer al otro, conocerse a sí misma, reconocer al otro y ser reconocida por el otro.

            Este carácter interpersonal fundamental del hombre encuentra una expresión específica en el hecho de que el hombre existe como varón o mujer. Como dice el citado documento de la Cong. para la Doctrina Católica, citando de nuevo a Juan Pablo II:   
El cuerpo, en cuanto sexuado, manifiesta la vocación del hombre a la reciprocidad, esto es, al amor y al mutuo don de sí. "Precisamente atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en la dimensión del don recíproco, cuya expresión -que por esto mismo es expresión de su existencia como persona- es el cuerpo humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad. El cuerpo que expresa la feminidad para la masculinidad, y viceversa, la masculinidad para la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal" (9-1-80) .(n.24)

                En la sexualidad es donde la corporeidad humana revela las profundas posibilidades interpersonales del hombre y donde la misma intersubjetividad se revela profundamente corpórea. La sexualidad es una característica propia de la persona que, en la diversidad de varón o mujer, posibilita la palabra íntima, unitiva y creadora, que se expresa en la unión corporal. De este modo, la alteridad sexual revela la profundidad e intimidad de la interpersonalidad humana. No hay mayor coefusión que el amor de entrega personal, en el que los esposos llegan a ser una sola carne. Pero la condición dual de la persona humana -por ser humana-, incluyendo la atracción sexual carnal, se realiza superando esta atracción y situándose en la comunión y trasparencia del espíritu.

            Las relaciones sexuales no pueden ser consideradas aisladamente en su dimensión biológica, sino a la luz de la persona entera, aunque ciertamente están ligadas a la dimensión corporal del hombre, pero visto el cuerpo en su significado esponsal, como expresión del "sincero don de sí mismo" (MD 10). La sexualidad humana implica, por tanto, la totalidad de la persona:
En el contexto de una cultura que deforma gravemente e incluso pervierte el verdadero significado de la sexualidad humana, porque la desarraiga de su referencia a la persona, la Iglesia siente más urgente e insustituible su misión de presentar la sexualidad como valor y función de toda la persona, creada -varón y mujer- a imagen de Dios (FC 32).

                Todo intento de acercarse a la sexualidad humana desde una óptica dualista, se encuentra condenado al fracaso, ya sea eliminando la dimensión espiritual del cuerpo o menospreciando la condición encarnada del espíritu. Una antropología dualista está viciada desde sus raíces para captar el sentido y valor de la sexualidad. "El acto conyugal, con el que los esposos se manifiestan recíprocamente el don de sí mismos, es un acto indivisiblemente corporal y espiritual", afirma la Donum Vitae (II,B 4).

            El significado humano de la sexualidad radica esencialmente en la relación entre personas, esto es, en la reciprocidad del encuentro entre seres personales encarnados, sexuados. Todo el misterio de la sexualidad humana se halla en este encuentro interpersonal, que no puede agotarse ni separarse de las condiciones corpóreas. La sexualidad humana se da únicamente en las relaciones entre personas que se reconocen como tales. Por ello como dice A. Jeannière:

No es la sexualidad la que nos hace inventar el amor, sino el amor el que nos revela la naturaleza de la sexualidad.[2]

                Como dice el citado documento sobre el amor humano, "la persona humana, por su íntima naturaleza, exige una relación de alteridad que implica una reciprocidad de amor. Los sexos son complementarios: iguales y distintos al mismo tiempo; no idénticos, pero sí iguales en dignidad personal; son semejantes para entenderse, diferentes para completarse recíprocamente" (n.25).

            La condición sexual del hombre, en su polaridad masculina y femenina, lejos de ser una división o separación en dos mitades, que escindiese media humanidad de la otra mitad, lo que hace es referir la una a la otra, instaurando la convivencia entre los dos sexos. La sexualidad, en vez de separar, vincula al varón y la mujer. Masculinidad y feminidad son dos estructuras recíprocas. Ser varón no quiere decir otra cosa que estar referido a la mujer; y ser mujer, estar referida al varón. Desde el mismo momento de la creación, el ser humano existe en la diferencia de sexo y en la recíproca relación sexual.
            La sexualidad como don del Creador, con su bondad original y con las implicaciones del pecado, confundiendo e incluso falsificando el lenguaje sexual, nos lleva a Cristo que, con su redención, asume la sexualidad, la sana y  restituye a su bondad original de gracia y santidad:
Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor (1Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano (FC 11).

                Como tercer criterio general de moralidad, hay que afirmar que "tan sólo el acto conyugal posee las condiciones realmente humanas para engendrar una nueva persona humana".



     [1] P. LAIN ENTRALGO, La comunión interpersonal en la convivencia humana, Revista de filosofía 1(1962)80-81.
     [2] A. JEANNIER, Anthropologie sexuelle, París 1964, p. 139.

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