Emiliano Jiménez Hernández - Bioética
1. LA VIDA DON DE DIOS
3. SEXUALIDAD
El hombre, espíritu
encarnado en el mundo, existe creadoramente en la historia en diálogo con los
otros. Su vivir es convivir. La dimensión interpersonal es constitutiva de la
persona humana. Su vida acontece en forma de convivencia. El yo y el tú en
soledad son modos de existencia inauténtica.
El yo, que camina hacia el tú, y el tú, que sale al
encuentro del yo, se hallan y abrazan en el amor. Como dirá P. Laín Entralgo,
la comunicación personal es posible para el hombre gracias al amor. Sólo cuando
dos personas se aman efusivamente entre sí se da entre ambos verdadera y real
comunicación. Amando, yo me hago conocer por el otro; amándome él de manera
semejante, se hace conocer por mí. Y todo ello sin confusión de nuestros
respectivos seres personales. Sin convertirse en formal identificación, nuestra
comunicación llega a ser verdadera comunión.[1]
Este ser con los demás y para los demás pertenece al
núcleo mismo de la existencia humana. La existencia humana está siempre
orientada hacia los demás. Esta estructura interpersonal se vive en la vivencia
del amor en su doble dirección: amor de los demás y amor a los demás. El hombre
es un ser cuya indigencia le mueve a salir de sí, pues experimenta en lo más
hondo de sí que "no es bueno que el hombre esté solo". Pero, al mismo
tiempo, el hombre es un ser abierto, cuya plenitud de vida le impulsa a abrirse
y donarse a los demás. La sexualidad es la gran fuerza que empuja al hombre a
abrirse y a salir de sí mismo, con su necesidad del otro y con su capacidad de
donación al otro. La sexualidad se hace, pues, signo y fruto de la indigencia y de la riqueza de la persona, llamada indivisiblemente a amar y a ser
amada, a darse y a recibir, conocer al otro, conocerse a sí misma, reconocer al
otro y ser reconocida por el otro.
Este carácter interpersonal fundamental del hombre
encuentra una expresión específica en el hecho de que el hombre existe como
varón o mujer. Como dice el citado documento de la Cong. para la Doctrina
Católica, citando de nuevo a Juan Pablo II:
El cuerpo, en cuanto sexuado, manifiesta la vocación del hombre a la
reciprocidad, esto es, al amor y al mutuo don de sí. "Precisamente
atravesando la profundidad de esta soledad originaria, surge ahora el hombre en
la dimensión del don recíproco, cuya expresión -que por esto mismo es expresión
de su existencia como persona- es el cuerpo humano en toda la verdad originaria
de su masculinidad y feminidad. El cuerpo que expresa la feminidad para la masculinidad, y viceversa, la
masculinidad para la feminidad,
manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través
del don como característica fundamental de la existencia personal"
(9-1-80) .(n.24)
En la
sexualidad es donde la corporeidad humana revela las profundas posibilidades
interpersonales del hombre y donde la misma intersubjetividad se revela
profundamente corpórea. La sexualidad es una característica propia de la
persona que, en la diversidad de varón o mujer, posibilita la palabra íntima,
unitiva y creadora, que se expresa en la unión corporal. De este modo, la
alteridad sexual revela la profundidad e intimidad de la interpersonalidad
humana. No hay mayor coefusión que el amor de entrega personal, en el que los
esposos llegan a ser una sola carne.
Pero la condición dual de la persona
humana -por ser humana-, incluyendo la atracción sexual carnal, se realiza
superando esta atracción y situándose en la comunión y trasparencia del
espíritu.
Las relaciones sexuales no pueden ser consideradas
aisladamente en su dimensión biológica, sino a la luz de la persona entera,
aunque ciertamente están ligadas a la dimensión corporal del hombre, pero visto
el cuerpo en su significado esponsal,
como expresión del "sincero don de sí mismo" (MD 10). La sexualidad
humana implica, por tanto, la totalidad de la persona:
En el contexto de una cultura que deforma gravemente e incluso
pervierte el verdadero significado de la sexualidad humana, porque la
desarraiga de su referencia a la persona, la Iglesia siente más urgente e
insustituible su misión de presentar la sexualidad como valor y función de toda
la persona, creada -varón y mujer- a imagen de Dios (FC 32).
Todo
intento de acercarse a la sexualidad humana desde una óptica dualista, se
encuentra condenado al fracaso, ya sea eliminando la dimensión espiritual del
cuerpo o menospreciando la condición encarnada del espíritu. Una antropología
dualista está viciada desde sus raíces para captar el sentido y valor de la
sexualidad. "El acto conyugal, con el que los esposos se manifiestan
recíprocamente el don de sí mismos,
es un acto indivisiblemente corporal y espiritual", afirma la Donum Vitae (II,B 4).
El significado humano de la sexualidad radica
esencialmente en la relación entre personas, esto es, en la reciprocidad del
encuentro entre seres personales encarnados, sexuados. Todo el misterio de la
sexualidad humana se halla en este encuentro interpersonal, que no puede
agotarse ni separarse de las condiciones corpóreas. La sexualidad humana se da
únicamente en las relaciones entre personas que se reconocen como tales. Por
ello como dice A. Jeannière:
No es la sexualidad la que nos hace inventar el amor, sino el amor el
que nos revela la naturaleza de la sexualidad.[2]
Como
dice el citado documento sobre el amor humano, "la persona humana, por su
íntima naturaleza, exige una relación de alteridad que implica una reciprocidad
de amor. Los sexos son complementarios: iguales y distintos al mismo tiempo; no
idénticos, pero sí iguales en dignidad personal; son semejantes para
entenderse, diferentes para completarse recíprocamente" (n.25).
La condición sexual del hombre, en su polaridad masculina
y femenina, lejos de ser una división o separación en dos mitades, que
escindiese media humanidad de la otra mitad, lo que hace es referir la una a la
otra, instaurando la convivencia entre los dos sexos. La sexualidad, en vez de
separar, vincula al varón y la
mujer. Masculinidad y feminidad son dos estructuras recíprocas. Ser varón no
quiere decir otra cosa que estar referido a la mujer; y ser mujer, estar
referida al varón. Desde el mismo momento de la creación, el ser humano existe
en la diferencia de sexo y en la recíproca relación sexual.
La sexualidad como don del Creador, con su bondad
original y con las implicaciones del pecado, confundiendo e incluso
falsificando el lenguaje sexual, nos lleva a Cristo que, con su redención,
asume la sexualidad, la sana y restituye
a su bondad original de gracia y santidad:
Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la
existencia por amor lo ha llamado al
mismo tiempo al amor. Dios es amor
(1Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.
Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en
la humanidad del hombre y de la mujer la vocación del amor y de la comunión. El
amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano (FC 11).
Como
tercer criterio general de moralidad, hay que afirmar que "tan sólo el acto conyugal posee las condiciones
realmente humanas para engendrar una nueva persona humana".
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