Emiliano Jiménez Hernández - Bioética
1. LA VIDA DON DE DIOS
1. EL HOMBRE: SER
PERSONAL
En este sentido, la bioética
transciende la realidad alcanzada por la ciencia experimental.
"Nosotros sentimos
que, aunque la ciencia respondiese todos los interrogantes que ella misma
suscita, aún no habríamos rozado siquiera los problemas de nuestra vida".
(Ludwig Wittgenstein
(1989 -1951), padre de la filosofía analítica)
El conocimiento científico
no es conocimiento del ser humano. La ciencia no podrá responder nunca, con sus experimentos de laboratorio,
a la pregunta existencial, que acompaña al hombre desde sus orígenes: ¿Qué es el hombre?
Con el moralista italiano,
experto en el campo de la bioética, E. Sgreccia, podemos afirmar:
"La bioética deberá ser una ética racional que, a
partir de la descripción del dato científico, biológico y médico, examine
racionalmente la licitud de la intervención del hombre sobre el hombre. Esta
reflexión ética tiene como polo inmediato de referencia la persona humana y su valor trascendente, con su referencia a Dios
como Valor Absoluto". (E. SGRECCIA, Manuale di
Bioética, Milano 1989, p.42.)
Hombre = persona à no es sólo un trozo de materia,
como lo es el átomo, una espiga de trigo, una mosca o un elefante.
El hombre es esto, pero NO
como los demás. El hombre es
eso y mucho más. Con
su inteligencia y voluntad se conduce a sí mismo;
existe no sólo físicamente; su existir es mucho más rico y elevado. Su existencia espiritual,
manifestada en el conocimiento y en el amor, le eleva por encima de los demás
seres de la creación.
El hombre es en sí un
microcosmos y no sólo una parte del universo; sino que en él se comprende todo
el universo. El amor, con el que el hombre se abre a otras personas, que están
como él dotadas de la capacidad de amar, le diferencia de todos los demás
seres.
"La persona humana,
por muy dependiente que sea de los más insignificantes accidentes de la
materia, existe por la existencia propia de su alma que supera la materia, el
tiempo y la muerte. El espíritu es la raíz de su personalidad".
(Jacques Maritain
(París, 1882 - 1973), filósofo católico francés, principal exponente del
humanismo cristiano.)
Como reconoce el Concilio Vaticano II: el criterio de la moralidad debe ser el hombre en
cuanto hombre.
Pero, ¿quién es el hombre?.
Este es el interrogante
fundamental para que la bioética pueda responder válidamente a su cometido.
Creyentes y no creyentes
están en general de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben
ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos. ¿Pero qué es
el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre
sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como norma
absoluta o despreciándose hasta la desesperación, terminando de este modo en la
duda y en la angustia (GS 12).
La Iglesia, aleccionada por la revelación divina, como maestra y madre, ofrece a los hombres su visión del hombre, para
iluminar sus dudas y liberarlos de su angustia. (EV
78-80)
La revelación cristiana à ilumina el ser del hombre
como persona singular, única e
intangible.
El hombre, creado por Dios a su imagen,
en cuanto persona singular es irreductible
a todo. Cada persona significa una radical novedad. Cada persona en
cuanto persona es creada de la nada,
no es fruto de ninguna otra cosa, pues no puede reducirse a ninguna otra
realidad. La realidad
psico-física del hijo -cuerpo, funciones biológicas, psiquismo, carácter, etc-
se deriva de la de sus padres, y, en este sentido, es reductible a ella. Su
realidad psico-física, sí; pero su persona, no. Es decir, "lo que" el hijo es, sí
tiene su génesis en los padres; pero no "quién" es. El hijo, el yo del hijo, es absolutamente irreductible al yo del padre o al yo
de la madre, igualmente irreductibles entre sí.
El yo es único, singular e intransferible. Decir yo es formar una oposición polar con toda otra realidad posible o
imaginable, y esa polaridad, en forma bilateralmente personal, es precisamente
la dualidad yo-tú.
J. MARIAS, Antropología metafísica, Madrid 1983,p.77; J.L. RUIZ DE LA
PEÑA, Anthropologie et tentation
biologiste, Communio 6(1984)66-79. Julián Marías Aguilera (España,
1914-2005), doctor en Filosofía, discípulo destacado de Ortega y Gasset,
maestro y amigo con quien fundó en 1948 el Instituto de Humanidades (Madrid).
De aquí la repetida afirmación del Vaticano II: "El hombre es la única
criatura terrestre a la que Dios ha querido por sí misma" (GS 24).
La Encarnación del Hijo de Dios es el testimonio supremo de la
dignidad de cada hombre para la fe cristiana. (EV 29-31)
El Hijo de Dios, encarnado
en el seno de una mujer, es la afirmación más radical del valor único de todo
hombre, como expresaba Juan Pablo II en su Primer radiomensaje de Navidad al
mundo:
Si celebramos tan
solemnemente el Nacimiento de Jesús, es para testimoniar que todo hombre es
alguien, único e irrepetible. Si las estadísticas humanas, los sistemas
políticos, económicos y sociales, las simples posibilidades humanas no logran
asegurar al hombre el que pueda nacer, existir y trabajar como único e
irrepetible, entonces todo eso se lo asegura Dios. Para El y ante El, el hombre
es siempre único e irrepetible; alguien eternamente ideado y llamado por su
propio nombre. AAS 71(1979)66.
Es lo que, volcando su
experiencia personal, apenas elegido Papa, comunicó a todos los "hombres
de buena voluntad", en su primera encíclica, documento programático de
todo su pontificado:
El hombre no puede vivir
sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está
privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor,
si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por
esto precisamente, Cristo Redentor revela
plenamente el hombre al mismo hombre.
Tal es la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el
hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su
humanidad. En el misterio de la Redención el hombre es confirmado y en cierto modo es nuevamente creado. ¡El es creado de
nuevo!...El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no
solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a
veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre
e incluso con su debilidad y pecaminosidad,
con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar
en El con todo su ser, debe apropiarse
y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para
encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da
frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí
mismo.¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha merecido tener tan grande Redentor
(Himno Exsultet de la Vigilia
Pascual), si Dios ha dado a su Hijo,
a fin de que él, el hombre, no muera,
sino que tenga la vida eterna (Jn 3,16)! (Juan Pablo II - 1979 - Redemptor Hominis
10).
El hombre, pues, como
persona es el único criterio moral capaz de dar una respuesta auténtica a todos
los problemas éticos y, en concreto, a los problemas que se plantean a la bioética. Si se pierde de vista este
criterio se destruye al hombre y, con él, se hunde la misma sociedad. "Todo agravio a la persona es una
lesión a la sociedad en su raíz y en su vértice, pues la sociedad nace de la
persona y en función de la persona" (EV 37-28).
Merece la pena transcribir una bella página de Romano Guardini sobre la
intangibilidad del hombre en cuanto persona, como criterio moral:
Un hombre es inviolable
no ya porque vive y, por tanto, tiene "derecho a la vida". Semejante
derecho correspondería igualmente al animal, ya que también él vive...No, la
vida del hombre no puede ser violada porque
el hombre es persona. Y persona significa capacidad de autodominio y de
responsabilidad personal, capacidad de vivir en la verdad y en el orden moral.
La persona no consiste en algo psicológico, sino en algo existencial; no
depende fundamentalmente de la edad o de las condiciones físicas o psíquicas o
de las dotes naturales, sino del alma espiritual que hay en cada hombre. La
personalidad puede hallarse inconsciente como en quien duerme; sin embargo
exige ya una tutela moral. Es incluso posible que no se actualice porque le
faltan los presupuestos físico-psíquicos, como en los locos o dementes; pero el
hombre civilizado se diferencia del bárbaro porque respeta esa personalidad
cubierta con semejante envoltura. Puede hallarse también escondida, como en el
embrión, pero ya existe con pleno derecho. La personalidad da al hombre su
dignidad; le distingue de las cosas y le hace un sujeto. Una cosa tiene
consistencia, pero no le pertenece; produce un efecto, pero no tiene
responsabilidad; tiene valor, pero no dignidad.
Se trata a algo como
cosa cuando se lo posee, se lo usa y se termina por destruirlo, es decir,
tratándose de seres vivos, se les mata. Prohibir matar al hombre representa la
culminación de la prohibición de tratarlo como cosa... El respeto del hombre en
cuanto persona es una exigencia que no admite discusión alguna: de ella
dependen la dignidad, el bienestar y la misma existencia de la humanidad. Poner
en duda esta exigencia es caer en la barbarie. Es imposible hacerse una idea de
las amenazas, para la vida y el alma del hombre, si, privado del baluarte de
este respeto, el hombre queda a merced del Estado moderno y de su técnica. R.
GUARDINI, Il diritto alla vita prima della nascita, Vicenza 1985, p.19-21. -Romano Guardini (Italia 1885-1968), sacerdote,
teólogo, pensador, escritor y académico católico.
La persona es siempre un sujeto. No puede nunca ser tratada como algo, sino que ha de ser siempre
considerada como un alguien.
De aquí, como conclusión
general de todo lo anterior, el primer criterio que iluminará todos los temas
concretos que expondré en los siguientes capítulos, sería: "Es bueno todo lo que custodia,
defiende, sana y promueve al hombre en cuanto persona; es malo todo lo que le
amenaza, hiere, ofende, instrumentaliza o elimina" (Cardenal D. TETTAMANZI, o.c., p.35.).[1]
O mejor dicho, con palabras
de la Familiaris Consortio:
En la construcción de un
nuevo humanismo, la ciencia y sus
aplicaciones técnicas ofrecen nuevas e inmensas posibilidades. Sin embargo, la
ciencia, como consecuencia de las opciones políticas que deciden su dirección
de investigación y sus aplicaciones, se usa a menudo contra su significado
original: la promoción de la persona humana.
Se hace, pues, necesario
recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores
morales de la persona humana en cuanto tal. Volver a comprender el sentido
último de la vida y de sus valores fundamentales es el gran e importante
cometido que se impone hoy día para la renovación de la sociedad. Sólo la
conciencia de la primacía de éstos permite un uso de las inmensas
posibilidades, puestas en manos del hombre por la ciencia; un uso
verdaderamente orientado como fin a la promoción de la persona humana en toda
su verdad, en su libertad y dignidad. La ciencia está llamada a ser aliada de
la sabiduría. "Nuestra época -como dijo ya el Vaticano II-, más que
ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos
descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro si
no se forman hombres más instruidos en esta sabiduría" (GS 15)...Es esta
una exigencia prioritaria e irrenunciable (FC 8).
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