Emiliano Jiménez Hernández - Bioética
1. LA VIDA DON DE DIOS
2. CORPOREIDAD
La concepción cristiana de la persona humana no es en absoluto
maniquea. Contempla al hombre "todo entero, cuerpo y alma, corazón y
conciencia, inteligencia y voluntad" (GS 3).
En la "unidad de cuerpo y alma", es donde se manifiesta el
hombre como imagen de Dios, con capacidad de conocer y amar.
La antropología
bíblica no conoce el dualismo de cuerpo y alma.
El hombre bíblico vive y se
interpreta a sí mismo como unidad, aunque esa unidad puede presentar aspectos
diversos según las relaciones en que el hombre se halle inserto. Esto puede
ilustrarse dando un rápido vistazo a los términos típicos con que la Biblia se
refiere al hombre. Basar (traducido
por carne y a veces por cuerpo) no significa la carne o el cuerpo en oposición
al alma espiritual; significa todo el hombre, corpóreo y espiritual, visto bajo
el aspecto de ser débil y frágil. Lo mismo el término nefes (traducido por psique o alma) se refiere a todo el hombre en
cuanto vivo; lo opuesto a nefes no
es cuerpo, sino cadáver. Cada afirmación sobre el cuerpo o sobre el espíritu
atañen al hombre en su totalidad.
Hoy es preciso subrayar con fuerza la verdad del cuerpo, como expresión de la
persona humana. Pues, como señalan los Obispos españoles:
Unida a la trivialización de la sexualidad, e inseparable de ella,
está la instrumentalización que se hace del cuerpo. Se hace creer, en efecto,
que se puede usar del cuerpo como
instrumento de goce exclusivo, cual si se tratase de una prótesis añadida al
Yo. Desprendido del núcleo de la persona, y, a efectos del juego erótico, el
cuerpo es declarado zona de libre cambio sexual, exenta de toda normatividad
ética; nada de lo que ahí sucede es regulable moralmente ni afecta a la
conciencia del Yo, más de lo que pudiera afectarle la elección de este o de
aquel pasatiempo inofensivo. La frívola trivialización de lo sexual es
trivialización de la persona misma, a la que se humilla muchas veces
reduciéndola a la condición de objeto de utilización erótica; y la
comercialización y explotación del sexo o su abusivo empleo como reclamo
publicitario, son formas nuevas de degradación de la dignidad de la persona
humana (La verdad os hará libres
19).
Lo
afirma igualmente con fuerza Juan Pablo II en la Evangelium vitae:
En este horizonte cultural, el cuerpo
ya no se considera como realidad típicamente personal, signo y lugar de las
relaciones con los demás, con Dios y con el mundo. Se reduce a pura
materialidad: está simplemente compuesto de órganos, funciones y energías que
hay que usar según criterios de mero goce y eficiencia. Por consiguiente,
también la sexualidad se
despersonaliza e instrumentaliza: de signo, lugar y lenguaje del amor, es
decir, del don de sí mismo y de la acogida del otro según toda la riqueza de la
persona, pasa a ser cada vez más ocasión e instrumento de la afirmación del
propio yo y de satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos. Así se
deforma y falsifica el contenido originario de la sexualidad humana. (n. 23)
La corporeidad es una dimensión fundamental del
hombre como persona, pues el hombre existe realmente como ser corpóreo.
De aquí se deduce que el
cuerpo está revestido de humanidad,
cargado de significado humano. Este significado humano del cuerpo no está ciertamente inscrito en las estructuras
biológicas o fisiológicas del cuerpo. El significado humano del cuerpo le viene del hecho de que es el cuerpo de una
persona humana. Sólo a la luz de la totalidad de la persona humana es posible
descubrir el significado humano del cuerpo y de las acciones corporales. De
aquí que el cuerpo humano no sea un objeto,
sino "la persona humana en su visibilidad".[1]
Respecto a la propia persona, que vive su existencia en
el cuerpo y a través del cuerpo, el significado fundamental de éste es el de
ser el campo expresivo del hombre. Se puede decir que el cuerpo humano es la
persona en cuanto que se expresa y se realiza visiblemente en el mundo, esto
es, en la comunicación con los demás y en la transformación del mundo, como
camino de reconocimiento de los demás. En este sentido, el cuerpo tiene un significado sacramental, en cuanto que
la realidad personal existe expresándose visiblemente en el cuerpo y a través
del cuerpo.
En relación a los demás, el cuerpo tiene, como gusta
repetir Juan Pablo II, un significado
esponsal. En las relaciones con los demás, el cuerpo humano es ante todo presencia de la persona para ellos.
Esta presencia de persona a persona se hace cercanía, comunicación y palabra a
través del cuerpo. Toda respuesta personal a la llamada del otro pasa a través
del lenguaje oblativo del cuerpo.
Espigando en las catequesis de Juan Pablo II, en las
audiencias de los miércoles, dedicadas durante tres años a la teología del
cuerpo, encontramos la aplicación de esta visión antropológica a la vida cristiana.
La S.C. para la Educación Católica lo hace así en su documento Orientaciones educativas sobre el amor
humano, del 1 de noviembre de 1983:
La visión cristiana del hombre reconoce al cuerpo una particular
función, puesto que contribuye a revelar el sentido de la vida y de la vocación
humana. La corporeidad es, en efecto, el modo específico de existir y de obrar
del espíritu humano. Este significado es, ante todo, de naturaleza
antropológica: El cuerpo revela el
hombre (Audiencia del 14-11-1979), expresa
la persona (9-1-80) y por eso es el primer mensaje de Dios al hombre mismo,
casi una especie de sacramento
primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo
visible, el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad (20-2-80).
Hay un segundo significado de naturaleza teologal: el cuerpo
contribuye a revelar a Dios y su amor creador, en cuanto manifiesta la
creaturalidad del hombre, su dependencia de un don fundamental que es don del
amor. Esto es el cuerpo: testigo de la creación
como de un don fundamental, testigo, pues, del amor como fuente de la que nació
este mismo donar (9-1-80).(n.22-23)
Por
ello, el cuerpo está destinado a volver a su fuente, a ser glorificado en Dios:
Incorporado por el bautismo a Cristo, el cristiano sabe que también su
cuerpo ha sido vivificado y purificado por el Espíritu que Jesús le comunica.
La fe en el misterio de Cristo resucitado, que por su Espíritu actúa y
prolonga en los fieles el misterio de la pascua, descubre al creyente la
vocación a la resurrección de la carne, ya incoada gracias al Espíritu que
habita en el justo como prenda y germen de la resurrección total y definitiva (Orientaciones sobre el amor humano 43)
Un segundo criterio moral, para esclarecer los problemas que hoy se plantean en el ámbito de la biomedicina, se puede formular con palabras de la Donum Vitae:
La persona humana sólo puede realizarse como totalidad unificada. Pues, en virtud de su unión substancial con un alma
espiritual, el cuerpo humano no puede ser reducido a un complejo de tejidos,
órganos y funciones, ni puede ser valorado con la misma medida que el cuerpo de
los animales, ya que es parte constitutiva de una persona, que a través de él
se expresa y se manifiesta...Por ello, cualquier intervención sobre el cuerpo
humano afecta a la persona misma. Juan Pablo II lo recordaba con fuerza a la
Asociación Médica Mundial: "Cada persona humana, en su irrepetible
singularidad, no está constituida solamente por el espíritu, sino también por
el cuerpo, y por eso en el cuerpo y a través del cuerpo se alcanza a la persona
misma en su realidad concreta. Respetar la dignidad del hombre comporta, por
consiguiente, salvaguardar esa identidad del hombre corpore et anima unus" (n.3).
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