Emiliano Jiménez Hernández - Bioética
1. LA VIDA DON DE DIOS
4. AMOR Y PROCREACIÓN
La sexualidad humana
encierra una doble dimensión: unitiva y procreadora, inseparablemente unidas.
La entrega corporal es símbolo y manifestación de un amor total y exclusivo,
que se abre y encarna en la procreación. Cuando la donación mutua es total se
hace fecunda, abierta a la vida. El amor, del que se ha eliminado la intención
de fecundidad, siendo ésta posible, constituye una perversión del amor,
llevando a los esposos a la frustración y terminando por agostarse el mismo
amor.
La llamada recíproca del hombre y la mujer al amor mutuo
está orientada, en el plan de Dios, hacia la doble finalidad de crear la unidad
y la vida. Por una parte, crea una relación personal, íntima, un encuentro en
la unidad, una comunidad de amor, un diálogo afectivo pleno y totalizante, cuya
expresión más significativa se encarna en la entrega corporal. Y, por otra
parte, esta misma donación, fruto del amor, se abre hacia una fecundidad que
brota como consecuencia.
"El cuerpo llama al hombre y a la mujer a su constitutiva
vocación a la fecundidad, como uno de los significados fundamentales de su ser
sexuado" (Juan Pablo II, 26-3-80). El hombre y la mujer constituyen dos
modos de realizar, por parte de la criatura humana, una determinada
participación del Ser divino: han sido creados a imagen y semejanza de Dios y cumplen esa vocación no sólo como
personas individuales, sino asociados en pareja, como comunidad de amor. Orientados a la unión y a la fecundidad, el
marido y la esposa participan del amor creador de Dios, viviendo a través del
otro la comunión con El (Sobre el amor humano 26):
Amor y fecundidad son, por tanto, significados y valores de la
sexualidad que se incluyen y reclaman mutuamente y no pueden, en consecuencia,
ser considerados ni alternativos ni opuestos (Ibidem 32).
Don
viviente y personal de Dios, el hombre no puede encontrar su propia plenitud si
no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. La vocación fundamental
del hombre es, por tanto, la de amar y donarse con la totalidad unificada de su
ser, inseparablemente espiritual y corpóreo:
En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el
cuerpo informado por el espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en
esta su totalidad unificada. El amor abarca el cuerpo humano y el cuerpo se
hace partícipe del amor espiritual (FC
11).
La
diversa y complementaria sexualidad masculina y femenina testimonia
espléndidamente que la persona es un don llamado a donarse. "El don -decía
Juan Pablo II el 9-1-80- revela una característica particular de la existencia
personal, más aún, de la misma esencia de la persona. Cuando Dios dice que 'no
es bueno que el hombre esté solo' (Gen 2,18), afirma que el hombre en solitario no realiza plenamente su
esencia. La realiza existiendo con
alguien, y todavía más profundamente y más plenamente, existiendo para alguien".
"Dos en una sola carne", crecen y se
multiplican. De aquí el vínculo inmediato e indivisible entre amor unitivo y
amor creador. Es la verdad de la
sexualidad que, en su lenguaje personalista, pone de manifiesto la Humanae Vitae:
Todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida.
Esta doctrina, muchas veces expuesta por el magisterio, está fundada sobre la
inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por
propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado
unitivo y el significado procreador. Efectivamente, el acto conyugal, por su
íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos
para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo
del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y
procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y
verdadero y su ordenación a la altísima vocación a la paternidad (n.12).
La oblatividad
del amor -amor mutuo entre los esposos, que se desborda en la creación de
nuevas vidas- será el criterio moral en los diversos aspectos de la sexualidad.
Cerrarse al amor o a la vida, como separar ambos aspectos, va contra el plan de
Dios sobre la sexualidad humana, es decir, va contra el hombre mismo; es la
negación de una exigencia básica del ser humano. La Familiaris consortio, glosando el nº 13 de la Humanae Vitae, dirá:
Cuando los esposos separan estos dos significados que Dios Creador ha
inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión
sexual, se comportan como árbitros
del designio divino y manipulan y
envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge,
alterando su valor de donación total (n.32).
En el
origen de toda persona humana -comenta Juan Pablo II- existe un acto creador de
Dios; ningún hombre viene a la existencia por casualidad; es siempre el término
del amor creador de Dios. De esta verdad fundamental de fe se deduce que la
capacidad creadora, inscrita en la sexualidad humana, es una cooperación con el
poder creador de Dios. Y se deduce también que de esta misma capacidad, el
hombre y la mujer no son árbitros, no son dueños, llamados como están, en ella
y por medio de ella, a ser partícipes de la decisión creadora de Dios. (Evangelium Vitae 43).
Por tanto, cuando con la fecundación artificial o
mediante los anticonceptivos, el hombre se atribuye un poder que pertenece sólo
a Dios: poder de decidir en última instancia la venida a la existencia de una
persona humana, entonces "no reconoce a Dios como Dios" (Juan Pablo
II, 17-12-83).
En conclusión, podemos formular un cuarto criterio de
moralidad, con las palabras de la Congregación de la Fe:
Dios, que es amor y vida, ha inscrito en el varón y en la mujer la
llamada a una especial participación en su misterio de comunión personal y en
su obra de Creador y Padre. Por esa razón, el matrimonio posee bienes y valores
específicos de unión y procreación, incomparablemente superiores a los de las
formas inferiores de la vida. Estos valores y significados de orden personal
determinan, en el plano moral, el sentido y los límites de las intervenciones
artificiales sobre la procreación y el origen de la vida humana. Tales
procedimientos no deben rechazarse por el hecho de ser artificiales; como tales
testimonian las posibilidades de la medicina, pero deben ser valorados
moralmente por su relación con la dignidad de la persona humana, llamada a
corresponder a la vocación divina al don del amor y al don de la vida (DV 3).
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