Emiliano Jiménez Hernández - Bioética
ABORTO
El aborto hoy se encuentra ampliamente
difundido y regulado en la mayoría de las legislaciones nacionales. En nombre
de la salvaguardia de las necesidades de los ya nacidos, del deseo, de la salud
o de la libertad de la madre o de ambos progenitores, el hombre se arroga el derecho
de interrumpir una vida humana. Las limitadas relaciones nuestras con ese
pequeño ser humano, que ya ha tomado cuerpo en nuestra humanidad, ¿nos da
derecho a decidir sobre su vida o muerte? Destruyendo el niño en el seno
materno, ¿no destruimos algo fundamental en nuestras relaciones humanas?
1. ACLARACIONES PRELIMINARES
Se entiende por aborto
la interrupción del
embarazo cuando el feto no es viable, es decir, cuando no puede subsistir fuera
del seno materno.
Se llama aborto espontáneo cuando la interrupción del embarazo acaece
por causas naturales, sin
la libre intervención humana.
Y se llama aborto provocado al que se debe a la intervención libre del hombre; la moral sólo se ocupa de este
aborto procurado por la libertad humana.
En el vocabulario biológico, los términos cigoto, pre-embrión, embrión y feto
indican estadios sucesivos en el desarrollo del ser humano. Ya desde el momento
de la fertilización, con la fusión del óvulo y el espermatozoide, se forma el cigoto, un ser humano nuevo, que se
llama pre-embrión hasta la anidación
en el útero materno; desde la primera semana, en que se da la anidación, hasta
el segundo mes, se le llama embrión.
A partir del segundo mes se le considera feto.
En biología se da también
importancia al momento de la aparición de la corteza cerebral hacia el 14º día.
Esta distinción terminológica, en el campo moral, tiene poca
importancia, pues el ser humano comienza su vida desde la fecundación.
La
fe cristiana afirma sin ambages que la vida humana ha de ser respetada con
todas las exigencias éticas de ser personal desde la fecundación. La
constitución Gaudium et spes lo
expresa abiertamente: "la vida humana desde su concepción ha de ser
salvaguardada con máximo cuidado"
(n.51). Y con precisión total lo confirma la Congregación para la Doctrina de
la Fe en su Declaración sobre el aborto
provocado:
El respeto a la vida humana se impone desde que comienza el proceso de
la generación. Desde el
momento de la fecundación del óvulo, se inicia una vida que no es del padre ni de la madre,
sino de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. No llegaría nunca a
ser humano si no lo fuese ya en aquel momento.(n.12)
Esta
afirmación clara es confirmada por la misma ciencia genética, como reconoce la
misma declaración:
La ciencia genética aporta preciosas confirmaciones. Ella ha
demostrado que desde el primer instante queda fijado el programa de lo que será
este ser viviente; a saber, un hombre y un individuo, provisto ya de todas sus
notas propias y características. Con la fecundación ha comenzado la maravillosa
aventura de una vida humana, cada una de cuyas capacidades exige tiempo para
ponerse a punto y estar en condiciones de actuar.(n.13)
Con la
fecundación del óvulo por un espermatozoide se inicia una vida humana; de dicha
unión no se origina una vida que, una vez desarrollada, nos dé un elefante o
una merluza, sino un ser humano, una persona humana. El proceso de
fertilización marca la existencia
de una realidad distinta de los progenitores, con toda la dotación cromosómica
propia y con capacidad de autodesarrollo. Ya en el momento de la
fecundación, con la fusión de los gametos, aparece un genotipo distinto del del padre y del de la
madre, con posibilidad de autodesarrollo homogéneo.
El óvulo fecundado, por tanto, no pertenece a la madre como un tejido
o un órgano de ella; el embrión o feto no es "carne" o
"cosa" de la madre. Esa vida biológicamente
distinta de la de la madre es única e irrepetible, con mecanismos internos propios; el proceso de
desarrollo y crecimiento es ordenado no por la madre, sino por el propio
embrión. De aquí que la vida humana merezca todo el respeto desde el
momento de la fecundación.
El segundo momento es el de la segmentación, proceso
mediante el cual se realiza el fenómeno de la individuación en el caso de los
gemelos.
La implantación o anidación
en el útero y la posterior aparición de la corteza cerebral no son más que
momentos del desarrollo de la vida humana comenzada en la fecundación. La
actividad cerebral presupone la estructura cerebral ya presente antes de
empezar su funcionamiento. No se puede argumentar con la analogía de la muerte:
la desaparición de toda actividad de la corteza cerebral marca el final de la
vida biológica, ya que se verifica ahí la condición de irreversibilidad, pero
la aparición del funcionamiento cerebral no marca el comienzo de la vida, ya
que tal funcionamiento está exigido previamente.[1]
Como dicen los Obispos españoles en su Nota sobre el aborto:
El proceso embrionario es un proceso continuo en el que, desde el principio,
estamos ya ante una realidad humana... Aunque pudiera opinarse que en la
primera fase del proceso embrionario no existiera aún persona humana, sin
embargo, nos encontramos ya desde el comienzo del mismo por lo menos con una
individualidad genética -distinta y diferenciada de la de los padres-
intrínsecamente orientada a la constitución de una persona humana, que origina
un derecho fundamental a la vida.(n.2)
El
primer dato indiscutible, puesto hoy en evidencia por la genética y de un modo
palpable por la FIVTE (Fertilización
In Vitro y Transferencia Embrionaria), es el hecho de que desde el primer
momento de la fecundación nos hallamos ante un nuevo ser. Este nuevo ser tiene en sí el
proyecto de su vida, que realiza por sí mismo y no por la madre. El
niño, desde el momento de su concepción, es el arquitecto que desarrolla el
proyecto interno de su ser. Negar
al embrión el papel de protagonista, como hacen quienes le llaman pre-embrión
con la finalidad de descalificarlo y justificar el aborto antes de la
anidación, es una violación de la verdad objetiva y, además, anticientífico.
Aún cuando, en sus primeros estadios, no sea reconocible
la figura humana, ya se dan en el embrión cientos de miles de células
musculares que hacen pulsar un corazón; ya se dan decenas de millones de
células nerviosas ensambladas en circuitos, que se disponen a formar el sistema
nervioso de una persona determinada, singular y concreta. El hombre, que
aparecerá al final, está ya germinal o genéticamente presente desde el
comienzo, incluso en sentido individual.
En todas estas fases, la biología muestra una
concatenación de procesos vitales determinados por el código genético
constituido en el momento de la fecundación. El desarrollo gradual de los órganos y de las formas
externas no constituyen el principio de la vida humana, sino su manifestación.
Toda intervención que
destruya una vida comenzada es, por tanto, matar una vida humana. Entre el feto y
el niño nacido no existe ninguna diferencia sustancial.
Es inaceptable, por otro lado, la concepción
reduccionista del concepto de alteridad aplicado a la persona humana, que exige
para ser considerado persona el ser aceptado por los demás. La alteridad, en
una genuina interpretación de la filosofía personalista, no es una aceptación o relación que se puede dar o quitar al ser humano. Ya la misma
existencia de la persona exige ser respetada y aceptada como tal persona por
las otras personas.[2]
El
embrión, desde su concepción, en cuanto ser humano, es ya objeto particular del
amor de Dios, que no llama a nadie en vano a la vida, como piensan los
impíos:
Los impíos con las manos y las palabras llaman a la muerte; teniéndola
por amiga, se desviven por ella... Porque se dicen: "Corta es y triste nuestra
vida;... por azar llegamos a la existencia y luego seremos como si nunca
hubiéramos sido..." (Sb 1,16-2,1ss)
Dios es un Padre que ama la vida y no olvida
a nadie que haya llamado a la existencia:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues si
algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa alguna que
no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? (Sb 11,24)
2. INDICACIONES O MOTIVACIONES DEL ABORTO
El aborto
procurado se suele catalogar según las motivaciones
o indicaciones que llevan a la “interrupción voluntaria del embarazo”.
Aunque no hay total unanimidad entre los autores, comúnmente se distinguen los
siguientes tipos:
a. Aborto
terapéutico
Se habla de aborto terapéutico
cuando la continuación del embarazo pone en peligro la vida de la mujer
gestante. Esta terminología
es impropia, pues no se trata de terapia. La intervención no se orienta a la
curación de una enfermedad. Con el aborto no se pasa de la enfermedad a
la salud, sino que se efectúa una acción sobre el feto sano para prevenir una
enfermedad o el riesgo de muerte de la madre. Se podría hablar de aborto terapéutico en el caso de la
extirpación necesaria e inaplazable de un tumor del útero que indirectamente
comportase la muerte del feto.
En realidad, el llamado aborto terapéutico -interrupción
del embarazo ante el peligro que supone para la vida o salud de la madre-, en
la actualidad, carece de toda significación. En épocas pasadas esta situación
se daba con cierta frecuencia. Pero hoy, gracias a los progresos de la
medicina, esta situación es excepcional; sólo se puede presentar el peligro
para la madre en el embarazo ectópico,
es decir, cuando el embarazo no tiene lugar en la matriz, sino en las trompas u
ovarios.
Y en los casos en que, por las condiciones precarias de
salud de la madre, el embarazo supone un peligro de agravamiento de la
enfermedad, la verdadera terapia es la que se dirige a eliminar directamente la
enfermedad sin lesionar la vida del feto.[3]
El deber del médico en
estos casos es el de sostener la vida de la madre y la vida del niño, prestando
todos los medios terapéuticos posibles a ambos. Entre estos medios nunca puede incluirse el de dar
la muerte a ninguno de los dos, pues matar no es un acto ni médico ni
terapéutico. La
vida humana puede terminar, pero no puede ser directamente suprimida por ningún
motivo, ni siquiera para salvar otras vidas.
Últimamente
se quiere ampliar el concepto de aborto terapéutico también a los casos en que
el embarazo suponga complicaciones psíquicas para la madre. Es algo
incomprensible cómo se pueda sugerir la eliminación de una persona no deseada
para defender el equilibrio psíquico de alguien.
b. Aborto
eugenésico
Se llama aborto eugenésico al aborto procurado cuando
existe el riesgo o la certeza de que el nuevo ser nazca con anomalías o
malformaciones congénitas. (Impropiamente, en medicina se le llama a
veces terapéutico).
La diagnosis
prenatal permite hoy conocer en el seno materno las malformaciones del
feto. Se suelen usar dos técnicas para ello: la amniocentesis
o análisis del líquido amniótico, en el que se encuentra inmerso el feto; este
análisis permite diagnosticar enfermedades cromosomáticas, como el Síndrome de Down (mongolismo). La segunda técnica es la ecografía, en la que mediante ultrasonidos puede
visibilizarse el feto y, así, diagnosticar malformaciones como la hidrocefalia
o microcefalia...
La diagnosis prenatal permite, a veces, curas adecuadas
del hijo o de la madre, evitando posteriores sufrimientos. Gracias a este
diagnóstico precoz, los padres pueden quizás prepararse mejor para superar las
dificultades psicológicas o espirituales
que supone la acogida de un hijo minusválido. A otros, obsesionados por
el miedo a tener un hijo “subnormal”, la diagnosis prenatal les calmará,
quitándoles los temores infundados, liberando al mismo tiempo al hijo de las
consecuencias que esa angustia hubiese tenido para él. A algunos padres,
incluso, la diagnosis prenatal les librará del recurso al aborto.
Sin embargo, como ya queda dicho, en la actualidad, la diagnosis prenatal y la
perspectiva del aborto se hallan estrechamente vinculadas. Hay médicos
que se niegan a realizar esta diagnosis si los padres no dan antes su
consentimiento al aborto en el caso de que se descubra una malformación en el
embrión. Se parte, pues,
de la idea de que el niño minusválido no tiene derecho a la vida, que se
le ha transmitido. El Episcopado español, en su declaración Actitudes morales y cristianas ante la
despenalización del aborto, contestaba esta visión:
Cualquier ser humano, tanto más cuanto más necesitado y desvalido se
encuentre, tiene en sí la grandeza de haber sido creado por Dios a su imagen y
semejanza para desarrollarse libremente en el mundo y alcanzar la plenitud en
la vida eterna.(n.3, del 28-6-1985)
La presencia de una malformación o minusvalía
no puede equivaler a una sentencia de muerte, sino todo lo contrario: exige, en
nombre de la dimensión social de toda persona, una tutela, protección y ayuda
especial.
Hoy estamos ante una
"cultura de muerte", portadora de una concepción de la sociedad
basada en la eficacia. Mirando
las cosas desde este punto de vista, se puede hablar de una guerra de los poderosos contra los débiles.
La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o
considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos.
Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma
presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más
aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a
quien eliminar. Se desencadena así una especie de conjura contra la vida (EV 12).
En semejante contexto el sufrimiento,
elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible
crecimiento personal, es
"censurado", rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que
debe evitarse siempre y de cualquier modo... El criterio de la dignidad personal -el del
respeto, la gratuidad y el servicio- se sustituye por el criterio de la
eficiencia, la funcionalidad y la utilidad. Se aprecia al otro no por lo que
"es", sino por lo que "tiene, hace o produce". Es la
supremacía del más fuerte sobre el más débil (EV 23).
c. Aborto sentimental
Así se llama en Perú, pero este tipo de
indicación, que califica al aborto, recibe otros muchos nombres, todos ellos
impropios, como "aborto
humanitario" o "aborto ético". Se trata del aborto procurado cuando el embarazo ha sido consecuencia
de una acción violenta, como la violación. También se da este nombre cuando el embarazo es fruto de
relaciones incestuosas, con menores de edad o con deficientes mentales. Se trata, en
definitiva, de una violación.
El
embarazo, fruto de una violación, supone una situación anómala, pues el hijo no
es fruto del amor, sino de la violencia. Pero el menos culpable es el hijo engendrado. No
es él quien debe morir, ciertamente. Por otra parte, hay que decir que esta situación no es frecuente;
se dan muy pocos casos de
fecundación por violación. Y siempre, en caso de darse, queda la alternativa realmente humanitaria y ética de la adopción del
hijo concebido y alumbrado sin que la madre lo deseara.
d. Aborto psicosocial
Se denomina aborto psicosocial al aborto procurado cuando el
embarazo resulta no deseado por
motivos de carácter social o psíquicos. Bajo esta indicación caben infinidad
de situaciones: problemas
económicos, de vivienda, embarazos en mujeres solteras o como consecuencia de
relaciones extraconyugales, motivos psicológicos en la mujer, como temor al
embarazo o al parto... Es la panacea de los abortistas. En realidad, las indicaciones psicosociales
son la causa más frecuente del número de abortos provocados en el mundo.
El número elevado de abortos provocados -se calculan
alrededor de 50 millones al año-, que crece con la legitimación legal en la
mayoría de los países en los últimos años, y la poca importancia de las razones
que sirven de justificación, ponen de relieve el oscurecimiento del valor de la
vida en gestación. Con
razón se puede hablar de nuestra sociedad como de una sociedad abortista y de nuestra cultura como cultura de muerte.
El hecho de que se tienda a considerar el aborto como un
logro necesario o al menos como solución para determinadas situaciones
conflictivas, nos obliga a descubrir y combatir las causas reales de la
existencia del aborto voluntario, sea legal o clandestino, castigado o
permitido, clínico o privado, ya que la anunciada "píldora abortiva"
podría trasladar al ámbito doméstico lo que hasta ahora requiere una
intervención médica. Al respecto, el doctor francés Jerome Lejeune, refiriéndose
a la píldora Ru486, a la que aluden
los obispos españoles, escribe:
Me avergüenzo de mi país, el país de Pascal, que hoy difunde como
medicamento el primer pesticida anti-humano de la historia, la primera píldora que no tiene
otra finalidad que la de suprimir la vida... Nos hallamos ante el primer
preparado químico, cuyo
porcentaje de éxito se mide en vidas suprimidas.
3. FACTORES QUE LLEVAN AL ABORTO
Los factores que han llevado a nuestra
sociedad a esta cultura de muerte son muchos.[4]
En primer lugar está la creciente permisividad sexual y la
correspondiente banalización de la sexualidad, reducida a la búsqueda egoísta
del placer. Esta permisividad va acompañada de la creciente aceptación
social del aborto. Es innegable que el número tiene una gran incidencia en la
sensibilidad de las personas; la multiplicación numérica de los abortos hace
que ya no sea un hecho tan chocante.
El recurso al aborto es con frecuencia fruto de un abuso
puramente egoísta, alienante e irresponsable de la sexualidad, ejercida incluso
de manera prepotente y aún violenta, especialmente por parte del varón. Dentro
de esta mentalidad surge la reivindicación del aborto por parte de algunas
mujeres para poder disfrutar de su cuerpo en las mismas condiciones que los
varones. El error de estas reivindicaciones está en dar por buena una visión de
la sexualidad que degrada a quien la acepta, tanto al varón como a la mujer
(Actitudes... 12).
La
legalización del aborto no hace más que aumentar esta mentalidad abortista. La
permisividad legal, en concomitancia y consecuencia de una sociedad permisiva,
contribuye a la aceptación del aborto; es algo casi inconsciente el
razonamiento de muchas personas: si el aborto es lícito legalmente, ¿por qué no
es lícito moralmente?
En todas partes donde se ha legalizado el aborto se ha
constatado que la ley no ha eliminado los abortos clandestinos, finalidad que
alegan siempre los propulsores de su legalización. Más bien, la ley abortista ha aumentado
los abortos ilegales. La clandestinidad no depende sólo ni primeramente
del temor a la pena que pueda infligir el Estado; las motivaciones son otras,
como el secreto familiar y social que la ley no puede tutelar en casos de
concepciones por adulterio o en embarazos de mujeres sin casar y jovencísimas.
Además, como dice E. Sgreccia, una vez admitido por la ley que una persona
puede abortar a la luz del sol, no se entiende por qué no se va a poder hacer
la misma cosa en el secreto de un ambulatorio o de una casa, si se prescinde
del valor moral.
El progreso técnico, por su parte, coopera eliminando los
riesgos de las intervenciones abortistas; la facilidad técnica del aborto le
despoja de ciertos dramatismos y así reduce su impacto psicológico negativo:
Para facilitar la difusión del aborto,
se han invertido y se siguen invirtiendo ingentes sumas destinadas a la
obtención de productos farmacéuticos, que hacen posible la muerte del feto en
el seno materno, sin necesidad de recurrir a la ayuda del médico. La misma
investigación científica sobre este punto parece preocupada casi exclusivamente
por obtener productos cada vez más simples y eficaces contra la vida y, al
mismo tiempo, capaces de sustraer el aborto a toda forma de control y
responsabilidad social (EV 13).
Añádase a esto los intereses políticos y económicos
de determinados grupos, que manipulan a los demás con miedos demográficos o
ecológicos, induciendo a la práctica del aborto.[5]
En relación a los países pobres, los países superdesarrollados, en lugar de
ofrecerles una ayuda desinteresada para resolver los problemas de miseria,
imponen con crueldad inhumana la drástica reducción de la natalidad con
anticonceptivos primero y con el aborto después.[6]
Los
medios de comunicación, mass-media,
se ofrecen como difusores de esta cultura de moda: "Los medios de
comunicación social son con frecuencia cómplices de esta 'conjura contra la vida', creando en la opinión pública
una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el
aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad,
mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posiciones
incondicionales a favor de la vida" (EV 17).
Esta servidumbre a la cultura de moda se manifiesta en la pseudo-emancipación de la mujer,
que se siente más libre manejando robots -ordenadores, calculadoras, etc- que
siguiendo el crecimiento único y original de cada hijo o que proclaman su
derecho a abortar libremente en nombre del dominio sobre el propio cuerpo.
Es un hecho que buen número de abortos provienen de mujeres casadas.
Puede influir en ello una mentalidad excesivamente consumista que valora más
las comodidades y el bienestar que la vida de un nuevo hijo.(Actitudes 14)
Los
mecanismos que están favoreciendo el aumento creciente de abortos, alegando las
más fútiles motivaciones, se podrían multiplicar. Baste, para terminar, una
última de enorme influencia. Nuestra
sociedad idolatra la vida sana, fuerte, joven en su dimensión puramente física.
Dentro de esta mentalidad se hace casi imposible la aceptación de un ser con
disminuciones físicas o psíquicas. Los temores a tener un hijo “subnormal” crean un clima emocional
particularmente propicio para el aborto...
Pero, como proclama la Comisión Permanente del Episcopado
Español, "la calidad
humana de una sociedad se mide, entre otras cosas, por el grado de acogida que
mantiene y el trato que da a sus miembros más débiles y disminuidos física y
mentalmente. El camino de la eliminación es el camino de la crueldad y de la
degradación" (Actitudes... 15). Y podemos añadir que aprobar el
asesinato de una persona inocente lesiona el valor que sustenta como fundamento
a la misma sociedad.
Otras
razones, que suelen aducirse para justificar la legalización del aborto, como
la autonomía de la mujer, la libertad de conciencia o la convivencia pacífica de las
diversas opciones personales, son tan sinrazones o irracionales que no merecen
que se las tenga en cuenta. Si
la autonomía, libertad o convivencia pacífica (?) nos llevan a dar muerte a un
niño inocente, ¿cómo garantizar la vida de los ancianos, de los impedidos, de
los deficientes mentales, de los miembros de otra raza, de los disidentes
políticos o de cualquier enemigo? Con razón la madre Teresa de Calcuta ve en la
legalización del aborto la semilla de la próxima guerra mundial.[7]
La
supresión efectiva de la persona es la culminación de la violencia, que
comienza con la descalificación y descrédito de la víctima. No se mata si
previamente no se ha desacreditado a la victima. Desde la patológica
autoestima de salvador mesiánico de la humanidad, el violento mata a los que él previamente a
descalificado, como ocurre en el aborto, calificando al niño de "material
biológico", "proyecto humano", "vida sin valor"...
La
inviolabilidad de la vida humana hace irrelevante el momento en que se
encuentre el feto o embrión en su desarrollo. Dos días, quince días o
tres meses no cambia nada. Esté
anidado, con la aparición de la corteza cerebral o con la formación somática no
cambia la valoración moral del aborto.
Cuando la vida humana pierde
su valor de persona se mata al niño
no deseado en el seno de la madre, al niño nacido con malformaciones, al joven
que con su delincuencia rompe la tranquilidad burguesa, al emigrante de otra
raza que llega a "robar" el puesto de trabajo, al adulto que, con una
enfermedad crónica, se vuelve un peso para la familia y para la sociedad, y al
anciano improductivo y molesto. Y así se cierra el círculo de muerte: madres abortistas engendran hijos
eutanasistas.
4. VALORACIÓN MORAL DEL ABORTO
La
tradición de la Iglesia, a través de los siglos, es constante y unánime en la
condena del aborto. La
Iglesia expresa hoy su doctrina en una formulación que se ha ido precisando con
el correr del tiempo. Si bien entre los moralistas se dan ciertas
discrepancias, a nivel episcopal la postura de la Iglesia con relación al
aborto es unánime. La
condena del aborto aparece como un servicio indiscutible e incondicional a la
vida. Establece
unos criterios objetivos de protección de la vida, considerando la fecundación
como momento inicial de ella. De esta forma, la valoración de la vida del embrión queda
protegida de todo subjetivismo, como gustos, costumbres, manipulaciones
y arbitrariedades que de otro modo amenazan la vida incipiente.
En este punto, la unanimidad de la tradición de la Iglesia es universal desde sus
comienzos. Frente a la práctica del aborto en el mundo greco-romano, los
primeros cristianos afirmaron de modo taxativo e inequívoco el respeto de la
vida humana en el seno de la madre. Así aparece explícitamente en la Didaché o Doctrina de los
doce apóstoles, en el siglo
primero. Atenágoras,
en la Legatio pro christianis (año 177 aproximadamente), presenta el
respeto de la vida humana en el seno materno como característica que distingue
a los cristianos de los demás. Tertuliano, en el Apologeticum (año 197), dice que impedir el nacimiento es un
homicidio anticipado. San
Basilio el Grande, en la primera Carta a Anfilochio (año 374) dice claramente que no se debe
andar con sutiles disquisiciones acerca de si el feto está formado o no; a
quien comete un aborto se le ha de imponer la penitencia correspondiente al
homicidio...[8]
La
inmoralidad del aborto, en cuanto violación positiva y directa del
derecho a vivir del ser humano, incluye la inmoralidad de la
cooperación a su realización. La cooperación puede ser física, ayudando de hecho a
realizar la acción abortiva; o moral, por ejemplo, induciendo o aconsejando la
misma. No sólo quien realiza el aborto, sino quien coopera directa y
formalmente en su ejecución, comete una transgresión grave del orden moral...
La
Iglesia, movida por el deseo de proteger la vida de los no nacidos y tratando
de fortalecer la conciencia de los católicos en este punto, considera
excomulgados a quienes procuran un aborto, si éste llega a realizarse.
Esta excomunión es una pena impuesta por la Iglesia para subrayar la gravedad de una acción por la
que, quien la comete, se priva ya a sí mismo de la plena comunión espiritual
con la Iglesia (n.7; can. 1398; 1321;1324).[9]
5. LEGALIZACIÓN DEL ABORTO
La Iglesia no sólo condena el aborto, sino
que mantiene, mundialmente, una posición abiertamente contraria
a cualquier forma de legalización del aborto. En palabra de la Comisión
Episcopal Española para la Doctrina de la Fe:
Nuestra conciencia de pastores nos constriñe a proclamar que el
inviolable respeto a toda vida humana es un principio tan fundamental que debe
ser legalmente salvaguardado.
Una sociedad en la que el derecho a la vida no está legalmente protegido es una
sociedad intrínsecamente amenazada. Por ello, aun siendo verdad que el legislador no está
obligado siempre a penalizar toda infracción moral, es deber suyo, en razón del
bien común, la defensa y la protección de toda vida humana.(Nota sobre
el aborto, n.13)
Cuando una ley aprueba una conducta
moralmente ilícita, la misma ley se hace inmoral. Y no vale decir
que la ley, que legaliza el aborto, "no crea el aborto, sino que regula el
hecho del aborto" que ya existe en forma creciente en nuestra sociedad.
Con esta lógica se debería despenalizar el robo y el crimen que existen
igualmente en forma creciente en nuestra sociedad.
La función de la ley y del Estado queda minada cuando un hecho ilícito
de tal gravedad como la supresión de la vida es reconocido como legal. Un hecho es que tal cosa se dé contra la ley
y otro muy distinto es que se
dé con su aprobación. La función pedagógica, social y moral de la ley
desaparece.
La prohibición legal del aborto no es, ciertamente, el
camino para proteger eficazmente la vida no nacida. Pero, dada la mentalidad juridicista
de los hombres, la legalización jurídica lleva a la confusión entre licitud
jurídica y licitud moral, como demuestra el aumento de abortos allí donde se ha
despenalizado. Las cifras tampoco demuestran que, con la legalización
del aborto, disminuyan los abortos clandestinos, que es una de las pretensiones
más vociferadas a la hora de proponerla. Es hipócrita, igualmente, la
pretensión de acabar, mediante la legalización del aborto, con la
discriminación entre pobres y ricos, pues la despenalización del aborto deja en
situación de inferioridad total precisamente a los seres más débiles, más
carentes de recursos, situados en una condición absoluta de indefensión.
Si
se considera que la ley y la acción de los legisladores deben proteger siempre
los bienes fundamentales de la sociedad y de todos sus miembros, el hecho mismo
de la despenalización, aparte de la mentalidad abortista que crea, es en sí
misma una decisión moralmente injusta. La vida del nuevo ser humano queda sin
la protección que le es debida, como la de cualquier persona, abandonada a la
voluntad de otros.
En
vez de buscar soluciones positivas a las situaciones difíciles y dolorosas,
que sin dudan pueden presentarse, especialmente para los padres afectados, esta ley propicia la solución
más fácil al permitir la eliminación física del que va a nacer. De esta
manera, se quiera o no, el pueblo puede acostumbrarse a pensar que la supresión
física de quien crea dificultades es una
manera legítima de resolver los problemas. Si se puede matar a un no nacido en determinadas
condiciones, ¿por qué no en otras? ¿y por qué no aplicar el mismo criterio
respecto a otras personas que no estén ya en plenitud de vida? (Ibidem,
n.5).
Una
sociedad que niega el derecho primario a la vida, ¿cómo puede garantizar los
otros derechos que proclama en tantas de sus declaraciones? ¿No serán papel mojado? ¿Qué quiere decir,
cuando se admite el aborto, que "la preocupación por el interés del
individuo debe siempre prevalecer sobre los intereses de la ciencia y de la
sociedad"?.[10]
Una vez más hay que afirmar que la ley no coincide con la ética. La ley no
siempre puede impedir todo mal o abuso en el ejercicio de la libertad personal
de los ciudadanos, pero
debe siempre crear las condiciones para la vida moral de toda persona.
Por ello, la ley debería defender la vida de todos, especialmente la vida de
los más indefensos. Si no
tutela la vida, la ley es inicua y es preciso oponerse a ella. "Es preciso obedecer a Dios
antes que a los hombres", respondieron los apóstoles al Sanedrín.
Por otra parte, la ley no puede imponer a nadie matar a una persona. No
puede, pues, exigir al médico que preste su colaboración al aborto. La objeción de conciencia es, por tanto,
lícita y obligatoria para el médico en el caso del aborto legalizado.[11]
Finalmente, hay que decir que para la eliminación o reducción del aborto no
basta, como ingenuamente creen algunos, con eliminar las causas
sociales que se presentan como indicaciones
de muchos abortos: problemas de vivienda, de pobreza, de educación, de sanidad,
etc. "Los hechos, como constata F.J. Elizari, prueban cómo las sociedades y clases más
avanzadas siguen acudiendo al aborto, a pesar de tener en gran parte
resueltos todos esos problemas de empleo, vivienda, cuidado de la salud, etc. En el aborto influyen
poderosamente ciertos rasgos presentes en la mentalidad de nuestra sociedad:
concepto de libertad del cuño burgués más descarado, concepto utilitarista de
la sociedad y del hombre, civilización consumista, incapacidad para diferir las
propias satisfacciones o renunciar a ellas en virtud de una solidaridad humana,
concepto consumista de la sexualidad, tiranía de la programación, que llega
hasta a eliminar con frialdad a los seres humanos no deseados o defectuosos en
las primeras fases de su existencia".[12]
Y, como raíz de esta mentalidad, está lo que ya descubrió
San Pablo. Una sociedad
que niega a Dios, creador y señor de la vida, es una sociedad que niega la vida
y engendra una civilización de muerte. La fe en Dios, que ofrece la vida eterna en su Hijo
Jesucristo da, en cambio, valor a toda vida humana.
En la búsqueda de las raíces más profundas de la lucha entre la
"cultura de la vida" y la "cultura de la muerte" es necesario llegar al centro
del drama vivido por el hombre contemporáneo: el eclipse del sentido de Dios y del hombre, característico del
contexto social y cultural dominado por el secularismo. Quien se deja contagiar
por esta atmósfera, entra fácilmente en el torbellino de un terrible círculo
vicioso: perdiendo el sentido de Dios,
se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su
vida (Cfr EV 21-24).
La Iglesia que, como
Maestra, ha expuesto con claridad la verdad, no se olvida de que es Madre. Y,
también como madre, se dirige "a las mujeres que han recurrido al
aborto":
La Iglesia sabe cuántos
condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que
en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso traumática.
Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad
que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os
dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien,
comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho,
abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda
misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la
Reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir
perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el
consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con
vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de
todos a la vida (EV 99;Cfr EV 59).
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