miércoles, 12 de septiembre de 2018

Transhumanismo - Extractos del artículo "Posthumanismo: ¿utopía o distopía?" de José Ramón Amor


Transhumanismo, como paso intermedio hacia el posthumanismo 

Los posthumanistas defienden la capacidad de tomar decisiones sobre la propia vida y el propio
cuerpo conforme al concepto de self-ownership: cada uno de nosotros es dueño de su vida.

Las tecnologías de mejora deben estar disponibles para todos; cada individuo debe poder decidir cuáles desea aplicarse a sí mismo (libertad morfológica) y cuáles utilizar para tener hijos (libertad reproductiva).

Aceptan la idea de que su programa desembocará en la creación de un posthumano. Es más, lo desean y trabajan de manera coordinada y bien definida con esta finalidad.

Esta gente no sólo hace filosofía sino que trata de influir directamente en los gobiernos y en la ciudadanía para que la legislación favorezca sus tesis; y los proyectos de numerosos centros de pensamiento van dirigidos a crear una conciencia colectiva de apoyo al movimiento, con una gran presencia en las redes sociales y en los medios de comunicación. 


Los puntos fundamentales de sus bases ideológicas son:

- Confianza absoluta en las posibilidades de la ciencia y la tecnología
- materialismo eliminativo (naturaleza humana reducida a pura materia y la mente humana reducida a neuronas y bioquímica);
- pensamiento utópico que desprecia el presente;
- voluntad de poder

Entre los precursores reconocidos del movimiento están Hume, La Mettrie, Newton, Hobbes, Bacon y Darwin (los padres del naturalismo y racionalismo científico).

Las premisas éticas son el utilitarismo, el pragmatismo y el liberalismo. No debemos olvidar a Nietzsche, sobre todo su idea del superhombre.

Lo que hace peligrosa esta ideología no son los medios que quiere utilizar para perfeccionar al ser humano sino su filosofía de base, lo que Faggoni llama "Naturaleza fluida", esa disminución de los confines entre la naturaleza que somos y la dotación orgánica que nosotros nos damos.

Aun cuando subrayen que apoyan la libertad reproductiva y que, por tanto, nada tienen que ver con el movimiento eugenésico tal y como históricamente se manifestó, lo cierto es que son eugenistas. 

Los transhumanistas plantean la aplicación del concepto de persona a máquinas inteligentes (cyborgs, silorgs, symborgs).

Para ellos lo que identifica a la persona es su racionalidad, independientemente de su soporte (puede encontrarse en un animal no humano, en un humano, en un posthumano o en un soporte no biológico). Para ellos, el deber moral del hombre es permitir a la inteligencia, desencarnada, encontrar el soporte más adecuado para desarrollarse plenamente. 

Postulan el "principio de proacción", introducido en 2004 por Max More en oposición al de precaución. Mientras que el principio de precaución aconseja moderación, el proactivo alienta la búsqueda agresiva de los cambios tecnológicos. Los posibles peligros del aumento gradual de la velocidad del cambio tecnológico, de acuerdo con los transhumanistas, se contrarrestarán mucho mejor cuanto más rápido avancemos porque la tecnología se corrige a sí misma. Ellos afirman que si el principio de precaución hubiera sido aplicado en el pasado, el progreso tecnológico y cultural habría quedado en punto muerto, el sufrimiento humano habría persistido sin ningún alivio y la vida habría seguido siendo pobre, desagradable, brutal y corta.

El transhumanismo lleva hasta sus últimas consecuencias al "homo faber" (el hombre que hace o fabrica)  y al "homo economicus" (persona racional, que maximiza su utilizad, tratando de obtener los mayores beneficios con un esfuerzo mínimo).

Implicaciones antropológicas y bioéticas:
¿Para qué vivir más años? ¿no se trata más bien de dar sentido a los años que se puedan vivir? ¿mas es siempre mejor? ¿realmente la acumulación, el tener más, es lo que nos va a dar la felicidad? 

Para los tranhumanistas la meta es "más años saludables, felices y productivos". Tener el derecho a elegir cuándo y cómo morir –o no morir. Vivir más tiempo para hacer más cosas, aprender más y tener más experiencias; tener más diversión y pasar más tiempo con las personas amadas; seguir creciendo y madurando más allá "de las insignificantes ocho décadas que la evolución nos ha asignado"; y también para ver por sí mismos lo que deparará el futuro. Para los transhumanistas es irrelevante si algo es o no natural en orden a considerar si es bueno o deseable.

Ellos apelan a que “si la muerte forma parte del orden natural, así también el deseo humano por trascender e ir más allá de la misma. Antes del transhumanismo, la única esperanza de evadir la muerte era a través de la reencarnación o de una resurrección espiritual”.

El valor central del transhumanismo es tener la oportunidad de explorar el ámbito de lo posthumano.

Olvidan el efecto mariposa, la banalidad del mal, las muchas presiones espurias y los fortísimos intereses económicos, ideológicos y de investigación que aquí concurren. 

Hay razones para preferir la "lotería biológica" (aun con sus desajustes) frente a una elección a la carta, mucho más peligrosa políticamente y sólo asequible a ciertas élites. Para evitar la aparición de esa aristocracia posthumana hay que trazar líneas rojas respecto a lo que se puede o no hacer, empezando por distinguir entre terapia y mejora, aunque no siempre sea fácil.


Bioconservadores
Son muchas las voces que desde perspectivas diversas se han levantado contra el transhumanismo:
- el politólogo estadounidense Francis Fukuyama,
- el bioeticista norteamericano Leon Kass
- los filósofos españoles Adela Cortina y Luis Echarte,
- los informes Beyond Therapy. Biotechnology and the Pursuit of Happiness (2003) y Human Dignity and Bioethics (2008) del Consejo de Bioética de EE.UU.
- etc

Los transhumanistas definen a los que no piensan como ellos como bioconservadores.

El posthumanismo muestra la cara de una inquietante distopía (sociedad ficticia indeseable en sí misma), que haría verdad las pesadillas de la literatura de ciencia-ficción.

Actitud de dominación frente a los demás seres humanos y frente a la naturaleza, esa obsesión por incrementar el poder tecnológico convirtiendo a todos los seres en objetos y mercancías, ese afán por tener en vez de ser, que paulatinamente ha ido impregnando nuestras sociedades en los dos últimos siglos y que nos está llevando a un mundo insoportable, una actitud que –unida a un cortoplacismo apabullante- pone en peligro la supervivencia sobre el planeta en una civilización decente y sostenible.

¿cómo escapar de este destino distópico? Según Fukuyama:
- Evitar a toda costa una actitud derrotista con respecto a la biotecnología según la cual pensemos que, ya que nada podemos hacer para impedir o controlar los cambios que no nos gustan.
- Introducir un sistema regulador que permita a las sociedades controlar la biotecnología (no será fácil; se requerirá que los legisladores de todos los países del mundo salgan a la palestra y tomen decisiones difíciles sobre complejas cuestiones científicas).
- Diseñar las instituciones concebidas para aplicar las nuevas normativas de modo que obstruyan mínimamente los avances positivos y, al mismo tiempo, posean competencias para aplicar las leyes con efectividad.
- Crear leyes comunes a escala internacional, de lograr un consenso entre países con diferentes culturas y criterios sobre las cuestiones éticas subyacentes.
- Se trata de un desafío no sólo ético, sino también político.

La nueva mística


Recordemos a Erich Fromm: “La Gran Promesa de un Progreso Ilimitado (la promesa de dominar la naturaleza, de abundancia material, de la mayor felicidad para el mayor número de personas, y de libertad personal sin amenazas) ha sostenido la esperanza y la fe de la gente desde el inicio de la época industrial. Desde luego, nuestra civilización empezó cuando la especie humana comenzó a dominar la naturaleza en forma activa; pero ese dominio fue limitado hasta el advenimiento de la época industrial. El progreso industrial, que sustituyó la energía animal y la humana por la energía mecánica y después por la nuclear, y que sustituyó la mente humana por la computadora, nos hizo creer que nos encontrábamos a punto de lograr una producción ilimitada y, por consiguiente, un consumo ilimitado; que la técnica nos haría omnipotentes; que la ciencia nos volvería omniscientes. Estábamos en camino de volvernos dioses, seres supremos que podríamos crear un segundo mundo, usando el mundo natural tan sólo como bloques de construcción para nuestra nueva creación (…) La trinidad "producción ilimitada, libertad absoluta y felicidad sin restricciones" formaba el núcleo de una nueva religión: el Progreso, y una nueva Ciudad Terrenal del Progreso remplazaría a la Ciudad de Dios. No es extraño que esta nueva religión infundiera energías, vitalidad y esperanzas a sus creyentes” (Fromm E. "¿Tener o Ser?", "Fondo de cultura económica", p.21).

El cuestionamiento de  esa idea de progreso está en el origen de la Bioética. Potter forma parte de una serie de grandes pensadores que, frente a la mentalidad científico-técnica que comenzaba a dominar el panorama cultural, se cuestionan la neutralidad y la bondad axiológica a priori de la tecnología; consideran que el cambio social no debe ir a rastras del cambio tecnológico y apelan al discernimiento para ver qué tipo de progreso contribuye realmente a la felicidad del ser humano.

El posthumanismo no es un nuevo humanismo postmoderno y laico, como afirman sus defensores, sino un antihumanismo que considera que la realización plena del ser humano pasa por su abolición para llegar al posthumano, más perfecto y más fuerte. No se da cuenta que la vulnerabilidad, en su limitación temporal y espacial, es donde encuentra el hombre su propia identidad y grandeza (Postigo Solana E, "Transhumanismo y posthumanismo: principios teóricos e implicaciones bioéticas", "Medicina y moral - 2009")

La mayoría de las grandes multinacionales (IBM, Microsoft, Google) apoyan el transhumanismo, al igual que la industria militar. Sabe explotar muy bien los sueños humanos de eternidad, las nuevas tecnologías de la comunicación y el marketing (ahora neuromarketing y neuropolítica).

Como dice Echarte, “sostenida por una autoridad prestada y con un sentido visionario de la ciencia, el poder mediático de los profetas posmodernos no tiene parangón en la historia de la ciencia moderna. Obviamente, no se puede negar a nadie el derecho a poner sus esperanzas en el poder de la ciencia positiva, como tampoco se pueden desautorizar, en sí mismas, las promesas de la ciencia (que no científicas). Lo que sí es legítimo es tratar de desenmascarar, en estas nuevas religiones seculares, las extrapolaciones, los pseudo argumentos y los abusos de autoridad que no sólo engañan a la sociedad sino que también entorpecen el buen desarrollo científico". (Echarte Alonso L., Cuadernos de bioética 2012)


Ni el pasado ha sido tan oscuro, ni nuestro presente es tan luminoso; o, como dice un amigo mío, ni el Antiguo Régimen es la sentina de todas las miserias humanas, ni la Modernidad ha inaugurado el paraíso terrenal. Al reproche de pesimismo y de profetas de catástrofe puede responderse diciendo que "el mayor pesimismo es el de quienes tienen lo dado por algo malo o por algo carente de valor suficiente, hasta el punto de asumir cualquier riesgo por una posible mejora” (Jonas H., "El principio de responsabilidad", p75)


Según Fukuyama, “pese a la mala reputación que el concepto de derechos naturales tiene los filósofos académicos, gran parte de nuestro mundo político se basa en la existencia de una esencia humana estable que poseemos por naturaleza; o mejor dicho, en el hecho de que creemos que tal esencia existe. Puede que estemos a punto de entrar en un futuro posthumano, en el que la tecnología nos dotará de la capacidad de alterar gradualmente esa esencia con el tiempo. Muchos abrazan este poder, bajo el estandarte de la libertad humana. Desean maximizar la libertad de los padres para elegir la clase de hijos que tendrán, la libertad de los científicos para investigar y la libertad de los empresarios para utilizar la tecnología con el fin de generar riqueza".
Esta clase de libertad será distinta de todas aquellas libertades de las que hayamos gozado anteriormente. La libertad política ha significado, hasta ahora, la libertad de luchar por la consecución de los fines que nuestra naturaleza establece. Estos fines no están rígidamente determinados; la naturaleza humana es muy dúctil, y contamos con un inmenso abanico de posibilidades que se ajustan a dicha naturaleza. Sin embargo, ésta no es infinitamente maleable, y los elementos que permanecen constantes –en particular, la gama de reacciones emocionales típicas de nuestra especie- constituyen un refugio seguro que nos permite vincularnos potencialmente con todos los demás seres humanos. Es posible que estemos destinados a adoptar esta nueva clase de libertad, o que el próximo estadio de la evolución sea, como han apuntado algunos, un estadio en el que asumiremos deliberadamente el control de nuestra composición biológica, en lugar de confiarla a las fuerzas ciegas de la selección natural”.
"Habremos de mantener los ojos bien abiertos. Muchos suponen que el mundo posthumano será muy semejante al nuestro–libre, igualitario, próspero, bondadoso, compasivo- pero con una asistencia sanitaria mejor, vidas más largas y, quizá, una mayor inteligencia. Sin embargo, el mundo posthumano podría ser mucho más jerarquizado y competitivo que el actual, y por lo tanto podría estar plagado de conflictos sociales. Podría ser un mundo en el que se haya perdido el concepto de humanidad común, porque habremos mezclado nuestros genes con los de otras tantas especies que ya no tendremos una idea clara de lo que es el ser humano. Podría ser un mundo en el que una persona normal alcance el segundo siglo de edad y viva sentada en un asilo, esperando una muerte inalcanzable. O podría darse la blanda tiranía imaginada en "Un mundo feliz", donde todos están sanos y felices pero han olvidado el significado de la esperanza, el miedo o el esfuerzo”. “No tenemos por qué aceptar ninguno de estos futuros bajo un falso estandarte de libertad si ésta entraña unos derechos reproductivos ilimitados o una investigación cintífica sin restricciones. No tenemos por qué considerarnos esclavos de un progreso científico inevitable si éste no sirve a los fines humanos. La verdadera libertad es la libertad de las comunidades políticas para proteger los valores
que más aprecian, y es esa libertad la que necesitamos ejercer con respecto a la revolución tecnológica actual” (Fukuyama F., "El fin del hombre").

¿Es el posthumanismo la última manifestación de la tradición inaugurada con la Utopía de Santo Tomas Moro (comunidad pacífica, que establece la propiedad común de los bienes)? ¿O más bien habría que incluir sus rasgos aparentemente utópicos entre las anti-utopías más famosas de la primera mitad del siglo XX, las de Huxley y Orwell?

A mi entender lo segundo se acerca más a la verdad. Parece en realidad el último síntoma de lo que ya apuntaba Max Scheler en 1928 en su ensayo "El puesto del hombre en el cosmos", a saber, que el hombre occidental cada vez sabe menos quién es, dividido entre antropologías enfrentadas y aparentemente incompatibles entre sí. Cuanto más ha pretendido librarse de su suelo nutricio greco-judeo-cristiano tanto más acaba el hombre degradándose en su autocomprensión. En estas circunstancias, el silencio sería una torpeza, una ligereza imperdonable. Quienes creemos en la dignidad del ser humano habremos de dar la batalla, al menos con la misma coordinación, estrategia y entusiasmo que los partidarios del posthumanismo. 

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